MUCHACHA EN LA VENTANA
Accedí a ser su inspiración la tarde que me llevó de la mano a visitar el Teatro-Museo de Dalí, en Figueres. Debía de ser nuestra cuarta o quinta cita y yo sentía que flotaba cada vez que me miraba o rozaba mi piel con la punta de sus dedos. Nos habíamos conocido en la playa, mientras ambos estirábamos las últimas horas de aquel verano. Él, guapísimo, asentado en una madurez fascinante. Yo, coqueta, empezando a saborear la adolescencia. A pesar de que hubiera podido ser mi padre, solo necesitó una hora de conversación para enamorarme. Me explicó que era pintor, de los de brocha fina y que, aunque no era famoso, había logrado vivir de su arte. No tardamos en intercambiar nuestros teléfonos; los dos queríamos volver a vernos. Rodeados de un romanticismo idílico, nuestros encuentros eran fascinantes. Paseábamos, charlábamos, bebíamos vino y, antes de acompañarme a casa, cubría mi boca de besos expertos. Con voz profunda me hablaba de los pintores cubistas, sus referentes. La pasión que s