NIÑOS EN EL MAR

 


La mañana que cogió el vuelo dirección Londres, cancelando toda su agenda para asistir a la subasta de Sotheby's y pujar por aquel cuadro, supo que había perdido su propia guerra.

Se había criado en el seno de una familia multimillonaria e imperfecta, creciendo al amparo de un padre gélido, manipulador y alejado de una madre etérea que nunca ejerció como tal. Escuchimizado, feúcho y solitario, brillaba en cada una de las materias que estudiaba. Aunque en la infancia fue invisible para su progenitor, de adulto consiguió ganarse su respeto; obtener cum laude en económicas lo puso inmediatamente al frente del imperio. Se sucedieron éxitos financieros, palmadas en la espalda; viajes de negocios, trajes a medida y amantes efímeras sin derecho a permanecer en su cama.

Mientras las apariencias triunfaban, en la intimidad reptaba atormentado. Desde la adolescencia se retorcía en su interior una serpiente que le hacía tiritar de miedo. No le dejaba dormir hasta que conectaba el portátil y contemplaba esas imágenes párvulas. Aliviaba entonces su tormento, descargando fluidos y vergüenza frente a la pantalla.

La madurez lo alejó de cualquier ápice de serenidad. Sintiéndose más sucio que nunca, quiso escapar de las cloacas en las que habitaba su sexualidad, por lo que decidió centrarse y depurar sus depravadas aficiones. Tampoco logró curarlo la rubia de catálogo a la que prometió amar en lo bueno y en lo malo. Las excursiones nocturnas en busca de placeres malsanos seguían repitiéndose, en el ciberespacio y en el terreno, temblando a diario ante la posibilidad de que lo detuvieran y estallara el escándalo.

Apoyado en la barandilla del barco desea acabar con todo cuanto antes. Un buen comienzo puede ser deshacerse del lienzo y lo que para él representa: a los "Niños en el mar, Playa de Valencia" de Sorolla, y a sus instintos perversos se los tragará el océano.

—¡Enfermo! —Le escupe su mujer. 

Ha prometido que cambiará para darle otra oportunidad a su matrimonio y el dinero convence incluso a los escépticos. Como sabe que observa su indecisión, con un movimiento rápido lo lanza al agua. 

—¿Me crees ahora? Acabo de tirar por la borda una fortuna...

En su mirada ve la esperanza del que quiere seguir gozando de una posición privilegiada pero, mientras caminan hacia el camarote para disfrutar de la velada, se asegura de que el pendrive continúe en el bolsillo. Solo por si la serpiente le impidiera conciliar el sueño.

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