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Mostrando entradas de marzo, 2021

LA HORA DEL PLANETA

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 Recogió todo lo necesario metiéndolo con precisión quirúrgica en el maletín. Cada elemento en el compartimento adecuado: las jeringuillas, los tubos, los viales y las tijeras; alguna compresa, gasas estériles y los acumuladores de frío para mantener óptima la temperatura del contenido.  Después de un momento de alivio rápido en el baño, con la soltura y la maña que da la costumbre, se vistió con el equipo de protección individual, reservado especialmente para la ocasión. Mirando a su alrededor por última vez, respiró profundamente. Abandonaba, expectante, el laboratorio en el que llevaba encerrado desde hacía un año. Por fin iba a ser capaz de curarlos a todos. Terminaría así con la pesadilla del milenio y vería recompensadas las lágrimas, las horas de trabajo, las noches de insomnio. Años de sacrificios, de estudios e investigaciones y una corazonada de última hora, habían obrado el milagro. Sin embargo, no se sentía dios. Tan solo un simple científico que amaba más al prójimo que a

DESPEDIDA

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 El pitido del microondas sonó en la cocina. La leche ya estaba en su punto, templada, como a él le gustaba. Mientras le añadía dos cucharadas generosas de cacao, miró a su alrededor y el pecho se le deshizo en infinitas partículas de melancolía. El paisaje era desolador; solo habitaban sombras en la casa que habían compartido durante más de treinta años. Los muebles, las fotografías, los adornos y con ellos, todos sus recuerdos, se habían marchado aquella mañana en el camión de mudanzas. Se sentía cansada, añeja, desgastada. Sobre su espalda colgaban, descoloridos, los últimos trescientos sesenta y cinco días del calendario. Se le habían ido clavando, uno a uno, como puñales, dejando paso a los meses; del otoño al invierno, pasando por la primavera para llegar al verano. Y ahora, de nuevo, volvían a caer las hojas. Salió al porche y dejó con suavidad la taza sobre el libro de misterio. Un pensamiento ridículo cruzó por su mente: su marido ya nunca descubriría quién era el asesino. Le

MI HIJO

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 Cuando lo miro a veces pienso que tuve el gran privilegio de ser la primera en conocerlo, no por nada en especial. O sí, porque soy su madre, cuna y arrullo desde el comienzo. Eso que me llevo. Nació una tarde de marzo, entre la siesta y la merienda, templada, soleada, luminosa, después de muchos días de lluvia. El adelanto de la primavera a punto de entrar en escena. Me pusieron en los brazos a un ser pequeñito, feucho y arrugado, de voz potente y grave. Nos deleitó en su presentación con un saludo cabreado en forma de llanto, con el que tuvimos la primera pista del torbellino que iba a suponer en nuestras vidas. Miguel, por parte de padre y abuelo. Nombre de ángel, sonrisa de pillo y arte, muchísimo arte. Sus primeros pasos ya dejaron claro que se metería al público en el bolsillo, merecedor de todos los aplausos. A ser posible en papeles protagonistas, nunca secundarios. Inconformista, bandolero, dudando a diario si elegir ser el héroe o el villano. Pero siempre humano, tierno, car

Concurso #HistoriasDePioneras CARLOS, CARLA

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 La primera y única mujer que consiguió que cayera rendido a sus pies se llamaba Carlos y era mi vecino. Decir que éramos amigos sería mentir, porque nunca tuvo ninguno en el pueblo. Pequeño y estrecho en todos los aspectos imaginables, ni cabían los coches grandes por las calles ni se les hacía un hueco a las personas que no se sintieran parte del rebaño. Creció bajo el mismo sol, respirando el mismo aire que el resto, pero algo tuvo que pasar en el vientre materno; quizá algún fallo de fabricación en la cadena de montaje porque, en cuanto tuvo uso de razón, descubrió angustiado que no tenía nada que ver con ese tal Carlos reflejado en el espejo. Llamaba la atención paseando con su madre de la mano, su forma de moverse. En el parque, apartando con indiferencia sus juguetes, nuevos e impecables, para acercarse a observar curioso y envidioso a las niñas, empujando amorosas sus carritos de bebé. Las señoras, maliciosas, murmuraban dándose codazos. Pertenecíamos a una época en sepia, en l

COLORÍN, COLORADO, ESTE CUENTO SE HA ACABADO

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 Un buen día, decidió ponerse al lobo por montera y no dejarse asustar nunca más. Había llegado el momento de no tener miedo a pasear sola por el bosque, de poder deshacerse de su impuesta caperuza roja, para vestirse de colores. Se sentía capaz de enfrentarse, poderosa, a los cazadores de cuerpos que acechan entre la maleza y golpearles con su cesta. Agradecida a los consejos que le dejó en herencia, una abuelita con toda una vida llena de experiencias

AMOR EN TIERRA DE NADIE

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 14 de marzo de 1937 Querido Rafael: Cuando leas esta carta estaré lejos, o al menos lo suficiente para que mi familia se sienta segura. Ojalá hubiera tenido conocimiento, cuando nos vimos detrás del dispensario, de que ese sería nuestro último encuentro. Desconocía los planes de mis padres. De hecho, creo que ni ellos lo tuvieron claro hasta ayer por la tarde. No te hubiera contado nada, amor mío, pero me habría esmerado más en las caricias, para asegurarme de que jamás olvides el amor que un día compartimos. Desde hace meses, vivimos una situación desesperada de hambre y de miedo. En casa desayunamos, comemos y cenamos temblores con tiritonas, porque comida hay poca, muy poca. ¿Qué te voy a contar que no sepan tus manos, cuando recorren el saco de huesos en el que se ha convertido mi cuerpo? Padre hace tiempo que vuelve al final del día sin un real en los bolsillos, hundido. Madre no cose, ya nadie le hace encargos. Se dedica a llorar y suspirar a escondidas. Tampoco cocina. Qué va a