LA HORA DEL PLANETA
Recogió todo lo necesario metiéndolo con precisión quirúrgica en el maletín. Cada elemento en el compartimento adecuado: las jeringuillas, los tubos, los viales y las tijeras; alguna compresa, gasas estériles y los acumuladores de frío para mantener óptima la temperatura del contenido. Después de un momento de alivio rápido en el baño, con la soltura y la maña que da la costumbre, se vistió con el equipo de protección individual, reservado especialmente para la ocasión. Mirando a su alrededor por última vez, respiró profundamente. Abandonaba, expectante, el laboratorio en el que llevaba encerrado desde hacía un año. Por fin iba a ser capaz de curarlos a todos. Terminaría así con la pesadilla del milenio y vería recompensadas las lágrimas, las horas de trabajo, las noches de insomnio. Años de sacrificios, de estudios e investigaciones y una corazonada de última hora, habían obrado el milagro. Sin embargo, no se sentía dios. Tan solo un simple científico que amaba más al prójimo que a