LAS UVAS DE LA SUERTE
Muy despacio, casi en penumbra, con los restos de luz que aún le quedaba a ese atardecer del 31 de Diciembre, se acercó a la alacena de la cocina. Miró atentamente al interior, lleno de sombras, recorriendo con ojos vidriosos sus estanterías. Cuando por fin localizó lo que estaba buscando alargó con mucho cuidado la mano, concentrándose en controlar el ligero temblor que últimamente le acompañaba, para no romper nada. Arrastrando en silencio las zapatillas y con delicadeza, dejó los dos cuencos sobre la mesa. Eran los que Pilar solía utilizar los domingos para las natillas. A continuación abrió la ventana, donde en el hueco reposaba "al fresco" la cesta con las uvas que habían comprado aquella mañana. Una ráfaga de viento gélido se coló entre sus huesos y se apresuró a cerrar ajustando bien la puerta, antes de que se les escapara el calor. Con un suspiro cansado se dejó caer sobre la silla, buscando una buena postura para su dolorida espalda, y empezó con paciencia el ritual