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Mostrando entradas de mayo, 2021

EL TEMPLO DE LOS SENTIDOS

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  Acudo expectante a la cita. Antes de entrar, reviso de nuevo mi aspecto y, siguiendo las instrucciones indicadas en el mensaje, abro la puerta.  La oscuridad me arrastra y hace calor. Noto minúsculas gotitas de sudor resbalando por la espalda. Se deslizan acompasadas con mi respiración, primero serena, después agitada. Es erótico sentir cómo resbalan por mi piel y terminan descansando en lugares prohibidos. Recorro con mis manos el aire cargado que ambos respiramos; intento encontrarlo, palparlo, porque sé que está cerca; lo presiento y eso me excita. Un gritito se escapa de mi garganta cuando me roza por primera vez, sigiloso como una pantera. Sabe de su poder y lo utiliza. Tampoco me sorprende. Son sus reglas y es su reino, lo acepto. Posee unos dedos sabios que destilan destreza; con un movimiento enérgico, rasgan mi vestido satinado. Los mueve por todo mi cuerpo como si tocaran un instrumento de cuerda; lo pinzan y puntean componiendo una partitura de jadeos. Susurra,  pero solo

ISLA DRAGÓN

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La noche se presentaba clara gracias a la presencia de la luna. Ismael permanecía despierto en su habitación, peleando contra el sueño que se empeñaba en acosarlo. Tapado con una sábana ligera, escuchaba atentamente algún tipo de señal. De pronto, un ligero aleteo en el exterior lo hizo sonreír y levantarse de un salto.  Sigiloso, se acercó a la ventana para abrirla, lo justo para pasar por ella. Fuera ya estaba esperando Hyedra, su mejor amiga. Con cuidado, para no resbalar en el alféizar, se subió a su lomo aterciopelado y sujetándose fuerte al pelaje del cuello, emprendieron el vuelo. El viaje siempre era la parte más emocionante de la aventura. Surcar los cielos y los mares. Atravesar nubes, nieblas, brumas. Rebasar a toda velocidad el velo invisible que los separaba de la isla. Aquel lugar mágico, que no aparecía en los mapas, en el que siempre era de día. El aterrizaje fue perfecto, como si la dragona patinara sobre hielo en vez saltar encima de una playa. Casi sin aliento, por l

DE COLORES

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El hombrecillo abandonó la garita y acercó la linterna a la carpeta. Tenía un trabajo que la mayoría de la gente rechazaba porque no querían vivir rodeados de muertos, pero el silencio de los inquilinos resultaba un bálsamo para su naturaleza introvertida. Pudo constatar, de un vistazo, que en el cementerio que vigilaba desde hacía cuarenta años ese día se habían enterrado seis cuerpos.                 Aunque la noche era oscura, sin luna ni estrellas, no necesitaba luz para moverse entre las tumbas. Conocía de memoria cada pasillo, panteón o recoveco. Podía recorrer con los ojos cerrados cada centímetro del camposanto sin sufrir ningún tropiezo. Apretó el paso, alumbrando los papeles donde figuraban los datos: tres señores octogenarios, una señora de sesenta y dos jóvenes que rozaban la veintena fallecidos en un accidente de tráfico. Empezaría con ellos pues sabía que los habían colocado juntos. Por lo visto, eran dos tortolitos enamorados. En ese preciso instante, el reloj del campan

LA BELLA AURORA

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Aurora sale de la ducha, se seca con suavidad el cuerpo y cepilla sus cabellos dorados. El perfume que le regalaron en navidad acaricia sus sentidos: unas gotitas en el cuello y las muñecas son suficientes.      Sobre la cama descansa el camisón de satén que, segundos después, pasa a formar parte de su piel. Se siente limpia, purificada, aunque es consciente de que esa sensación no tardará en desaparecer. Lleva toda la vida preparándose, sabiendo con certeza que nació para este momento. Años de lágrimas, de sentirse imperfecta y rechazar la imagen deforme que le devuelve el espejo. Médicos, psicólogos, ingresos.   Acaba de cumplir los cuarenta y se prometió a sí misma que no los rebasaría.                               Sentándose en el lado derecho coge el bote y con un movimiento preciso vuelca el contenido sobre la mano. Una a una pasan por su garganta, acompañadas de largos tragos de Smirnoff.                                  Se tumba. Tiene mucho sueño y flota. La última imagen acu

SEXO SALVAJE

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 No tuvo tiempo de girarse. El olor animal lo sacudió desde los cimientos y allí mismo se poseyeron como bestias. Terminaron, jadeantes, al amanecer. Escuchó un último aullido de éxtasis mientras se le escapaba de los brazos. Sus últimos segundos consciente los dedicó a sonreír. Estar casado con la mujer loba tenía cosas buenas: sexo salvaje en las noches de luna llena.

A ELLA

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 El lecho viscoso acuna un sueño placentero. Burbujas amnióticas entonan la nana. Una sacudida lo despierta. Nota el epicentro del maremoto en su ombligo. El nido, que parecía seguro, se precipita al vacío. No puede agarrarse pero conoce el camino, como un atleta que, en la posición de salida, ve la meta. La luz, una centella. El frío, un mordisco. Y por fin, ella.