LOS BESOS GUARDADOS
Julia entra en la habitación y, casi de puntillas, se acerca a la cama. Aprovecha que está dormido para observarle pensativa. Su respiración agitada la llena de tristeza. No puede evitar alargar la mano y acariciarle la mejilla con ternura, áspera al tacto. Cuando por fin consigue despertarle sonríe y, con todo el amor que ha acumulado durante los últimos cuarenta y cuatro años que llevan juntos, le susurra: —Cariño, ¿qué tal te encuentras? ¿Has descansado? Un leve asentimiento es suficiente para leer entre líneas. La noche ha sido dura. Decide seguir hablando y no dejar que la tristeza se convierta en la protagonista de su encuentro. —¿Recuerdas cuando éramos jóvenes y nos comíamos a besos en el portal? Me dejabas sin aire y te pedía que pararas. Decía, basta, vas a acabártelos todos y no dejarás ninguno para mañana. Nunca te he contado lo que hacía con los que me guardaba, ¿verdad? Te lo voy a explicar ahora. El brillo en los ojos de su marido la invita a continuar hablando. —Ve