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Mostrando entradas de agosto, 2021

EL CRUCERO

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—Mariví, querida, ese vestido te sienta como un guante. ¡Estás fabulosa! —Eeeeh... Gracias, señora. Ya sabe que es uno de mis favoritos. Me encanta la tela y su caída es... —¿Dónde tenías la cabeza, ahí tan callada? —la interrumpió sin detenerse a escucharla.  —Pensaba, señora, que es una pena que en las últimas horas haya refrescado —musitó sujetándose con cuidado el sombrero—. Con el tiempo tan agradable que nos ha acompañado durante todo el viaje... —Si, es cierto querida. Se está levantando viento, además. Temo resfriarme. Creo que deberíamos regresar al camarote y terminar de hacer el equipaje, ¿no lo crees así, Mariví? Mariví asintió, dejando escapar un suspiro imperceptible. Entendía a la perfección el contenido singular de esa frase en plural y de apariencia amable. Ella debía regresar al camarote a recoger los equipajes de ambas, ya que era su responsabilidad. Una de tantas. Llevaba casi un año al servicio de doña Carmen y aún no se había acostumbrado a su rango servil. De hec

FUNDIDA A NEGRO

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Se incorpora en el camastro con la respiración entrecortada y un sudor caliente congelándole la razón al saberse despierta. Ha visitado de nuevo esa playa, una visión paradisiaca e idílica que decora sus sueños mientras duerme. Durante unos minutos, sostiene las sensaciones haciendo malabares antes de que se le escapen, pues son escurridizas. A pesar de sentirlas vívidas durante la inconsciencia, huyen despavoridas en cuanto sus ojos se incorporan a la vida. La arena fina, un manto suave y ondulado, salpicado de conchas y restos de naufragios, se extiende hasta dejarse invadir sin recelo por el agua. Los contrastes chocan bajo la planta de sus pies y por encima de la cabeza. El calor sofocante de ese polvo de tierra,  junto al frescor del líquido azulado. Los destellos del sol en el horizonte, deslumbrantes, fusionando en la paleta de su mirada los celestes, añiles y cobaltos en la unión del cielo con el océano. La sonrisa, pura felicidad ante tanta belleza; el llanto, consecuencia de

POSITIVO

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Marina se despertó aquella mañana cuando los primeros rayos de sol se colaron por la ventana. Apenas había dormido en toda la noche, por lo que decidió levantarse antes de que sonara la dichosa alarma. Se estiró con ganas y cogiendo impulso saltó de la cama. Necesitaba un café. Doble, a ser posible. Quería activarse cuanto antes, sobre todo para repasar en su agenda la orden del día. Tenía muchísimos asuntos pendientes, recados que llevaba casi un mes aplazando: una visita incómoda al dentista, recoger el abrigo de la tintorería, comprar un regalo de cumpleaños para su hermano... Y lo más complicado y escabroso, reunir el valor necesario para cortar con su novio. Llevaba más de tres semanas jugando a dos bandas, desde que conoció a Javier en el Club de Lectura. Un auténtico flechazo por culpa de sus ojazos verdes y de una relación aburrida que ya duraba demasiado.  Tener una doble vida era agotador. Le estaba pasando factura: falta de concentración, ausencia de apetito, noches en vela.

ELLA

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  Anoche volví a soñarla. Su cabello era negro azabache, largo, liso, suave. Resplandecía en medio de la multitud que nos rodeaba, convirtiéndola en inalcanzable, lejana. Tan bella... Intenté llamar su atención, primero susurrando un nombre inventado, después gritándolo febril, pero sabiendo con certeza que sería inútil. No me escucharía, como había ocurrido en tantas ocasiones; tampoco se giraría, lo cual tornaría ese momento delicioso en pesadilla. Me desperté agitado, con la respiración entrecortada. Mis lágrimas y un sudor pegajoso empapaban las sábanas que yacían exhaustas tras el envite de ese desvarío. Nunca la he perdido, porque jamás ha sido mía. Un detalle insignificante que mantiene mi alma en vilo, siempre alerta. La única razón por la que aún no se ha enamorado de esta encantadora sonrisa, mi personalidad arrolladora o de los ojos claros que la esperan cada día, reside en que desconoce mi existencia. Sin embargo, yo la deseo en cada uno de los segundos que respiro y durant

RECUERDOS

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Últimamente, cuando visito a mi abuela, ya no suelo encontrarla. Sus ojos se están apagando y casi siempre miran al vacío. Poco a poco nos abandona. Desorientada. Indiferente. Como si hubiera llegado a un cruce de caminos y no le interesara encontrar la dirección correcta para llegar a casa. Apenas sabe vestirse, abrocharse los botones de la chaqueta, sujetar una cuchara o dónde está la cocina. No se reconoce en el espejo ni sonríe cuando nos mira. En mis ratos libres suelo quedarme a su lado, en silencio, y espero. A veces no ocurre nada, pero otras, mientras el aquí y ahora se le escurre entre los dedos, recupera episodios del pasado que permanecen intactos en su memoria.  Habla muy bajito, casi para sí misma, en ese tono de contar secretos. Rememora, con precisión, aquellas tardes calurosas cuando todavía vivía en el pueblo y se acababa de enterar de que estaba encinta. Cómo se sentaba con Juana, en la delantera de casa, buscando la sombra. Tejían amorosas la canastilla y se refresc