DE MAYOR QUIERO SER...


Desde bien chiquitina, contaría entonces con cuatro o cinco años, la señorita Pilar, la niña del segundo izquierda, la hija menor de los Gutiérrez, apuntaba maneras. Siempre tan arregladita y aseada, con esa buena educación. 


¡Buenos días, señor Jacinto! —me decía con su boquita de piñón. 


Buenos días, señorita Pilar. ¡Qué bonita va usted hoy! —le contestaba yo. 


Mi mirada no podía evitar seguir su encantador caminar, hasta observar cómo detenía sus pasos siempre en el mismo lugar, la tienda de muñecas que había frente al portal. Era allí, mientras su yaya Anita hacía el pedido en la tienda de comestibles de al lado, cuando ella impartía,  ante una concurrida audiencia, sus primeras clases magistrales: "A ver, Rosita, la M con la A... MA... Ahora tú solita... Muy bien... María deja de molestar a Asunción, no atiendes y luego te equivocas... ¿Por donde íbamos? ¡Ah, sí! Julia, ahora tú... La M con la E... ME...". 

Así transcurría la conversación durante los diez o quince minutos que su yaya se demoraba. Después, agarraba su mano y se alejaban despacito para continuar con los "mandaos".

Me provocaba cierta ternura ese ritual, que solo se veía interrumpido en los días de lluvia o cuando la señorita Pilar se encontraba indispuesta. 


¿Está enferma la niña Señora Anita?

Sí, Jacinto, pero son unas decimitas de “ná".


Pronto regresaba a las rutinas y a alegrarme con su actuación frente al cristal.

Lo cierto es que un buen día los Señores Gutiérrez se mudaron y yo mismo abandoné la portería, cuando me jubilé. Desde entonces dedico parte de mi tiempo a pasear para estirar mis entumecidas piernas que, no sé muy bien porqué, esta tarde me han traído hasta aquí. Apenas he reconocido la calle. La bodeguilla de la esquina, por ejemplo, es una de esas tiendas que siempre están abiertas, incluso los domingos y las fiestas de guardar. Mis ojos no han tardado en  buscar mi antiguo trabajo. Me he parado junto a él y la decepción se ha apoderado de mí. La tienda de muñecas ya no está. Ahora, en su lugar, solo hay un triste locutorio. Me he quedado, parado, petrificado, con los pies pegados al suelo y todos mis recuerdos han acudido en tropel. Aquella niñita preciosa, su dulce voz. No he podido evitar un susurro: "Rosita, la M con la A…”, pero, antes de terminar la frase, alguien ha susurrado a mi lado la fórmula final: "MA". Mudo por la sorpresa me he girado, imaginándome burlado. Nada más lejos de la realidad, ha sido un truco de magia de esos del destino.


—Señor Jacinto, ¿se acuerda usted de mí? Soy Pilar Gutiérrez, la niña del segundo izquierda.

Me he limitado a sonreír, con cara de bobo feliz, alargando mi mano en un intento torpe de saludo formal.


—¡Al final, lo conseguí! ¡Soy maestra! Siempre fue mi vocación aunque, algo me dice que usted lo supo antes que yo, ¿no es verdad?






Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

FELIZ NAVIDAD, PEQUEÑA

CARTA DE DESPEDIDA

LOS BESOS GUARDADOS