LA SEÑORA OTILIA


 La señora Otilia llevaba la mar de atareada toda la semana: sacudiendo las alfombras aunque aún no fuera primavera, sacando lustre con ahínco a las piezas de plata que ya nunca utilizaba; organizando y limpiando cajoneras, aspirando los rincones, recogiendo los armarios, aireando los colchones. Corría de aquí para allá sin saber muy bien cuál sería el siguiente objetivo del plumero, toda ella puro nervio, dejando estupefactos a los que la conocían a diario en su naturaleza sosegada. 

Incluso sus compañeras de "cinquillo" de los martes veían que su colega de partidas estaba distraída, perdiendo las pesetas sin apenas inmutarse. Se removía en la silla como una culebra y golpeaba sus zapatos sin parar, como si la hubiera poseído el mismísimo baile de San Vito.

No quiso ni oír hablar del café con pastas del sábado en casa de doña Eulalia. Pero, lo que definitivamente les hizo bajarse las gafas de pasta bifocales y mirarla como búhos amaestrados, fue su rotunda negativa a ir juntas al desfile del domingo.

Su actitud, rara e inexplicable, fue objeto de multitud de teorías, cobrando fuerza la de que su querida amiga estaría empezando a perder la cabeza, algo muy común en esas edades.

Nada más alejado de la realidad. O quizá habían dado en el clavo, pero sin acercarse ni por asomo al verdadero motivo de ese comportamiento tan extraño.

Recientemente en la vida de doña Otilia había tenido lugar un hecho extraordinario y que, de momento, prefería mantener en secreto. Después de cincuenta años volvía a tener una cita. Un hombre apuesto y bien pintado era el afortunado. Se trataba de un antiguo compañero de la escuela de su Eusebio, que en paz descanse y, tanta paz dejó como gloria al marcharse.

La tarde del día señalado predecía lluvias dispersas, lo que no les quitó ni un ápice de brillo a sus perspectivas. Después de muchas vueltas al ropero, varios cambios de atuendo y sombreros, salió caminando agitada como una veinteañera, tiesa, pizpireta y satisfecha con el resultado que había dejado en el espejo.

Tomó asiento en el banco elegido, ajena a la algarabía y al gentío que se agolpaban a sus espaldas para ver el desfile. Contaba con el tiempo justo para recuperar la compostura y ensayar una sonrisa sofisticada. 

Pasados unos minutos de la hora acordada tenía claro que la puntualidad no iba a ser la mejor virtud de su pretendiente, pero estaba más que dispuesta a darle una oportunidad. A ciertas edades el amor, aunque tardón, ya no se puede dejar pasar.

Comentarios

  1. Tienes un sentido del ritmo narrativo envidiable. Es una delicia leerte. ¡Enhorabuena! Me ha gustado también como acabas, a terreno abierto, rodeando de horizontes el texto. Como anécdota me ha hecho gracia el nombre escogido para tu personaje. Uno de mis relatos más celebrados se llama Otilia. Y el personaje es de lo más recordados por mis lectores. Debe haber nombres destinados a ser recordados.
    Gracias por escribir y hacerlo tan bien.

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