DESPEDIDA


 El pitido del microondas sonó en la cocina. La leche ya estaba en su punto, templada, como a él le gustaba. Mientras le añadía dos cucharadas generosas de cacao, miró a su alrededor y el pecho se le deshizo en infinitas partículas de melancolía. El paisaje era desolador; solo habitaban sombras en la casa que habían compartido durante más de treinta años. Los muebles, las fotografías, los adornos y con ellos, todos sus recuerdos, se habían marchado aquella mañana en el camión de mudanzas.

Se sentía cansada, añeja, desgastada. Sobre su espalda colgaban, descoloridos, los últimos trescientos sesenta y cinco días del calendario. Se le habían ido clavando, uno a uno, como puñales, dejando paso a los meses; del otoño al invierno, pasando por la primavera para llegar al verano. Y ahora, de nuevo, volvían a caer las hojas.

Salió al porche y dejó con suavidad la taza sobre el libro de misterio. Un pensamiento ridículo cruzó por su mente: su marido ya nunca descubriría quién era el asesino. Le era imposible apartar la mirada del exánime escenario, repitiendo sin parar los fotogramas de aquella maldita escena: la novela abierta sobre su pecho, aparentemente dormido; las manos, aún calientes, reposando a ambos lados del cuerpo. Esa sonrisa pacífica, que en vida lucía orgulloso, convertida ahora en una grotesca pantomima. Miró su reloj sabiendo que en ese preciso instante, se cumplía el primer aniversario. Lo encontró soñando eternamente cuando regresaba de hacer unos estúpidos recados. Su corazón, que latía por ella desde que eran niños, se había parado, y no por cansancio, eso seguro. Ni por desgana tampoco. Supo, por la paz que desprendía, que se había ido sin sufrimiento y concediéndose unos minutos para asimilarlo, con delicadeza, lo besó en los labios.

Desde ese día, se ha dedicado por completo al luto, llorando en cada rincón del hogar en el que engendraron a sus hijos. Acariciando a diario su ropa, aspirando con nostalgia sus olores, impregnados en todas las cosas. Caminando por los decorados de su matrimonio de despedida en despedida: aquí, un te quiero; allí, un te echo tanto de menos. Aunque no es creyente, de cualquier ritual ha tenido consuelo. Por ese motivo, como si de un réquiem se tratara, cada atardecer ha preparado de nuevo chocolate caliente, sin llegar a quemar, colocándolo donde él se lo tomaba, relajado, disfrutando de una buena lectura. 

Pero hoy finaliza el plazo que se concedió para dejar su vida en pausa. Los nuevos dueños pueden llegar en cualquier momento, por lo que coge su abrigo de la barandilla y esconde las llaves en el sitio convenido. Se siente un poco traidora. Como el capitán de un barco, que lo abandona a su suerte, tirándose por la borda.

Cuando está a punto de entrar en el coche, en un impulso impropio de ella, no puede evitar girarse esperando verlo en la mecedora. Pero todo está en calma, vacío. Muerto. Se reprende por ilusa. Los fantasmas y los aparecidos solo se dejan ver en las películas de miedo y en algunos de los relatos que escriben los creativos.

Comentarios

  1. Intenso, triste, ..., Te transporta a ese porche... Enhorabuena por el relato!

    ResponderEliminar
  2. "y el pecho se le deshizo en infinitas partículas de melancolía."
    ¿Pero dónde estabas escondida? He disfrutado mucho con tu relato, tiene tramos de un lirismo atronador. Consigues el clima, tu manejo del ritmo es destacable, como siempre y ese lenguaje cada vez más literario que estás consiguiendo. Pero, amiga, lo que más me ha gustado es como has narrado lo intangible, esa ausencia vestida de presencia que lleva ella dentro. Ese aún no se ha ido y ese ni se irá, que reflejas tan bien con la mirada atrás en el último momento. Esa lucha interna por abandonar al fin el cadáver y seguir adelante con el alma del que desaparece solo en lo corpóreo.
    Te aplaudo el texto.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

FELIZ NAVIDAD, PEQUEÑA

CARTA DE DESPEDIDA

LOS BESOS GUARDADOS