¿AMIGAS?


Todos los domingos María me pone de los nervios cuando aparece, meciéndose sobre sus tacones. Lo único que quiero el sábado, al salir de trabajar, es DORMIR para no DESPERTAR hasta el lunes. Si embargo, soy tan necia que malgasto mi día libre escuchando su verborrea. Así es la amistad o, por lo menos la suya, claro: egoísta e imperfecta.

—¡Ay MARTA! ¡Qué feliz soy! ¡Cuánto me alegro de que me presentaras a Javier! Eres una pillina y una LIANTA... —me dice con su voz de flauta de colegio—. La verdad es que no me importa que sea un escritor sin talento porque es guapísimo. No me habías hablado de él…

Maldigo aquella TARDE en la que se lo presenté. Nos cruzamos cuando regresábamos al trabajo después de comer y no tuve alternativa. Mi timidez desmedida y su personalidad apasionada fueron las culpables del desastre. 

Dicen que el TIEMPO todo lo cura y, aunque no dudo de esta verdad universal, me cuesta ser su confidente. Entre copa y copa de vino DEL BARATO, me habla de sus intimidades. Sé que lo hace sin mala intención, o al menos eso espero, pero aún así, me parece una CHULA sin corazón.

Mientras espero a que llegue, me acompañan estos pensamientos nublados a punto de tornarse tormenta. Estoy tan hecha polvo, tan deprimida, que esta mañana no he tenido ganas ni de lavarme el pelo. Lo traigo oculto bajo una GORRA junto con mi estado de ánimo.
  
Cuando les veo aparecer, agarraditos de la mano, ideales y perfectos, valoro la posibilidad de salir corriendo. ¡Ojalá me tragara la tierra y pudiera reencarnarme en patata! ¡Esto no se lo perdono! María acaba de romper la última regla inquebrantable que unía nuestra maltrecha relación: nada de presentarnos con novios sin avisarnos.

—¡Hola flor! ¡Sorpresa! Esto no te lo esperabas, ¿eh? Es que Javier ha dormido en casa y me ha parecido genial que se uniera a nuestro aperitivo. A ver si se despeja, que anda sin ideas para su próximo libro... —Se pensará, la muy listilla, que no sé que atraviesa el síndrome de la página en blanco—. Chica, ¿dónde vas con eso en la cabeza?

Menos mal que la visera tapa mi cara, roja como las AMAPOLAS. Improviso farfullando algo sobre el SOL y tener cuidado con las manchas en la piel, mientras nos sentamos en una terraza enfrente del Retiro.

Después de pedir las bebidas e intercambiar fórmulas de cortesía insustanciales, el dueño de mis desvelos y responsable de mi sueldo, se excusa para ir al baño.

—¡Cambia esa cara, Martita! ¡Que parece que te cae mal, joder! —me increpa malhumorada al quedarnos a solas—. ¡No me extraña que su inspiración se esfume si tiene que verte todos los días con ese careto! Y esta pinta que me traes con eso en la cabeza... ¡Pero qué piel de ASTRACÁN ni qué cordero muerto! ¡Al final te quedarás compuesta, sin trabajo y sin pareja! ¡Espabila!

En ese momento, no preguntéis porqué, me viene a la cabeza la película “Un día de furia” con Michael Douglas. ¿Será porque la vi anoche? Salvando las distancias cinematográficas, que no vienen al caso, exploto sin inmutarme y tomo la decisión más loca de mi vida. Voy a cambiar de una vez por todas el rumbo de los acontecimientos. Creo que lo llaman "coger al toro por los cuernos". ¡Menuda ironía! 

Con la excusa de lavarme las manos me levanto e intercepto a Javier a la salida de los aseos. Sin pedir permiso le empujo contra la pared y solo tenemos tiempo de intercambiar cuatro frases antes de besarnos.

—¡Marta! ¿Qué haces? ¿Te has vuelto loca?

—¡Ser profesional y sacarte del bloqueo! Te voy a dar material para tu próxima novela…

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