EL AMA DE LLAVES


Como ama de llaves del caserón me debo a mis obligaciones y repaso a diario que todo se encuentre en perfecto estado de revista: la mesa vestida de forma adecuada, con los cubiertos dispuestos según indica el protocolo. Copas de vino espumoso, sopa caliente y el asado en su punto; puding para el postre y té con pastas en la sala anexa.

La ropa estirada, doblada y con perfume de azahar, colocada en el cajón la cómoda. Debajo sábanas y manteles, encima servilletas y paños. Los objetos de tocador alineados, las cortinas almidonadas y unas zapatillas junto a la cama.

Me permito un pequeño atrevimiento: deposito el pañuelo que le regalé sobre su lado de la almohada. Deseo que recuerde que lo amo antes de acostarse. Años convertida en su amante me han hecho conocer sus anhelos más íntimos y su gusto por los detalles. La señora no lo quiere como yo. 

Vigilo que los candelabros iluminen cada estancia, reponiendo las velas consumidas y encendiéndolas de nuevo. Un fuego crepita en la chimenea, de noche y de día, para evitar que la humedad traspase las paredes y se instale dentro, perenne.

Mientras observo desde la ventana cómo cae la lluvia, depositando un beso en cada hoja del viejo sauce, cierro los ojos e imagino sus gotas resbalar sobre mi piel polvorienta. Sin embargo, sé que es inútil, me traspasarían dejándome igual de seca. 

¡Qué le vamos a hacer! Tenía que haber elegido la muerte en vez de transformarme en fantasma. Yacer bajo tierra se me antoja ahora mejor destino que vagar solitaria para siempre...

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