VOYEUR




La luz, tenue, titilando en los faroles y una oportuna luna menguante, cubierta de niebla, componían el traje perfecto para mimetizarse con el paisaje. Al amparo de las sombras, cual camaleón, esa noche se había atrevido a acercarse más de lo habitual y veía con nitidez la escena que transcurría en el interior del club. Con pulso tembloroso acertó a encender un cigarrillo, aspirando con deleite su sabor tostado, lo que le proporcionó un efímero espejismo de  placer.

El humo se extendía ante su mirada, formando una película en blanco y negro que transformaba la escena en un fotograma antiguo y elegante. Como en una película antigua. ¿Sabría que la observaba? Acariciaba esa posibilidad. Desde donde estaba, percibía su piel de seda y la larga melena, carmesí, virarse al burdeos. De la misma tonalidad que el licor con el que se mojaba los labios y saboreaba con deleite. Esa mezcla de colores y texturas desdibujaban el ambiente lánguido de la hora de cierre. 

Hacía horas que las notas musicales que brotaban de su garganta y del piano se habían apagado y charlaba, relajada, junto al tipo que esa noche se llevaría a la cama. Nunca dormía sola o al menos no lo había hecho desde que la vigilaba. ¿Cuánto tiempo llevaba al acecho? No el suficiente, puesto que aún no había reunido el valor necesario para atravesar la puerta del local e invitarla a una copa. Ni siquiera había sido capaz de mezclarse con esa panda de babosos para oírla cantar al calor de sus ojos. 

Sophie... el nombre se le derrite como un caramelo al imaginárselo dentro de la boca. ¿Cómo será susurrarlo en su cuello o deletrearlo entre sus piernas? Un calor lacerante recorre cada centímetro de su cuerpo y se instala en el único lugar que sufrirá las consecuencias. 

Cuando la ve salir, trenzando los brazos en torno a su acompañante, riendo sensual y despreocupada, sabe que es el momento de regresar a casa. Una vez más, tendrá que conformarse con vaciar el desespero que le desborda sobre su esposa. 

¡Pobre Diana! Por mucho que se esfuerce tiñendose el pelo o imite sus contoneos de gatita en celo, nunca conseguirá parecerse a su madre. Escupiendo una maldición entre los dientes, tira la colilla y suspira alterado. Sabe que, de momento, tiene que conformarse con la imitación pero, algún día... Sí, algún día será suya la auténtica...

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