FUNDIDA A NEGRO




Se incorpora en el camastro con la respiración entrecortada y un sudor caliente congelándole la razón al saberse despierta. Ha visitado de nuevo esa playa, una visión paradisiaca e idílica que decora sus sueños mientras duerme.

Durante unos minutos, sostiene las sensaciones haciendo malabares antes de que se le escapen, pues son escurridizas. A pesar de sentirlas vívidas durante la inconsciencia, huyen despavoridas en cuanto sus ojos se incorporan a la vida. La arena fina, un manto suave y ondulado, salpicado de conchas y restos de naufragios, se extiende hasta dejarse invadir sin recelo por el agua. Los contrastes chocan bajo la planta de sus pies y por encima de la cabeza. El calor sofocante de ese polvo de tierra,  junto al frescor del líquido azulado. Los destellos del sol en el horizonte, deslumbrantes, fusionando en la paleta de su mirada los celestes, añiles y cobaltos en la unión del cielo con el océano. La sonrisa, pura felicidad ante tanta belleza; el llanto, consecuencia de la impotencia que da sentir tanto sin haber estado.

¿Cómo se puede echar de menos un lugar que nunca has pisado? ¿Saber con certeza que es salado, sin haberlo saboreado? ¿Que la brisa marina te acaricia amorosa el rostro, como una madre a su bebé, si tu piel nunca ha degustado ese tacto? Anhelar, cuando el simple hecho de imaginar, es pecado. 

La culpabilidad invade su corazón en ese momento, como lo hace cada vez que se deja llevar por encima de ritos, prohibiciones y creencias. Su amiga Nailea y ella no debieron mirar esas fotografías. Cayeron en sus manos por casualidad y fue irresistible la tentación de asomarse a esa ventana de papel. Permitieron, sin oponer resistencia, que sus retinas se llenaran de luz, de colores y texturas; de ilusión y deseos de independencia, sabiendo que carecerían por siempre de las alas necesarias para volar a gran altura. 

En vista de los acontecimientos de las últimas semanas, hubiera preferido mantener su mente yerma, seca y en sepia, en vez de que cada noche el arcoíris acuda hasta su almohada. Desaparece, indiferente a su tristeza, cuando el alba llega. Sin embargo, es demasiado tarde para arrepentirse. Sabe que esa visión no la abandonará y permanecerá tatuada en lo más profundo de su alma. 

Por un momento permite que la fantasía arrastre sus pensamientos y la lleve hasta esos rincones en los que la libertad es un derecho. Dicen por ahí que hay sitios recónditos en los que no es un ultraje pasear de la mano estando enamorada, opinar en voz alta o reír cuando algo hace gracia. Llevar la cara descubierta, usar brillo en los labios o dejarte el pelo suelto. Besar y ser besada. Amar y ser amada, sin temor a ser castigada. ¿Es posible que exista ese edén en este mundo terrenal? ¿Que algunos seres sean tan afortunados que no necesiten morir para disfrutar de las mieles de la beatitud? 

Sacude con fuerza la cabeza, pues quiere alejar estas ideas crueles. Prefiere pensar que son cuentos, fábulas inventadas por aquellos que no pueden resistir más en este infierno o, peor aún, mentiras destinadas a personas crédulas como ella, para que sufran una existencia llena de certezas: jamás podrá saltar una ola, ni vivir mil aventuras. Sí, tienen que ser patrañas maquiavélicas, porque no podría rezar ni perdonar a un dios que solo les permita a unos pocos disfrutar de todo un universo repleto de canciones.

El grito de sus hermanos, peleándose por el desayuno, la obliga a volver al presente, acompasando su respiración al ambiente opresivo que les rodea. Es momento de cubrirse entera y guardar el secreto que esconde bajo las capas de arpillera. Todavía no está preparada para ser castigada e irse con Alá porque, ¿y si el sonido que escuchó dentro de la caracola existiera de verdad…?


Comentarios

  1. Tan triste, y tan desolador... Ojalá algún día ese montón de mujeres que están oprimidas, puedan sentir la brisa del mar en su cara, y el bendito calor del sol en su piel sin miedo a molestar a nadie...

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